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20 › ESCUELA DE CRONISTAS Y ESCRITORES PARA LA MEMORIA DE ÑUBLE







           “No es para señoritas” y aún así…



             Los niños parecían volar sobre los patines, si no fuera por el estridente sonido que producían, yo diría que realmente volaban.
             Mi mente, memoria y alma se trasladan a calle Peña, entre San Martín y Buen Pastor donde viví parte de mi vida. En Peña, la cuadra por el lado nuestro, tenía
           solamente dos casas deslindando; una, la nuestra, con el Colegio San Ramón.  Por el frente si había varias viviendas, algunas enormes de estructura antigua, con
           tallados en la parte alta y numerosas ventanas. Otras con menos ventanas y no tan antiguas. Allí vivían familias de un buen pasar económico, amables y educados
           todos. Entre ellos la familia del Dr. Oscar Naranjo Arias, quien fuera elegido diputado de la República y a cuyo triunfo se le denominó “el Naranjazo”. Yo no entendía
           aquello y me imaginaba un camión lleno de naranjas que abría sus puertas dejando escapar toda su carga.

             De la mano de mi hermano
             Caminando y sin cruzar ninguna calle se llegaba al colegio San Ramón Nonato. Ese primer día, cuando iniciaba mi vida estudiantil, mi madre se encontraba
           imposibilitada de ir a dejarme por haber dado a luz recientemente. Me lleva de la mano mi hermano mayor y me va conversando por el camino intentando calmar
           mis miedos. Me hablaba de las nuevas amiguitas que había allí, de lo buenas que eran las “madres” (era un colegio de monjas mercedarias). Al llegar y justo antes
           de entrar me dice “yo estaré aquí esperándote hasta que salgas, me puedes mandar a llamar si pasa algo”, y así me dio seguridad y consuelo. La madre Asunta son-
           reía. A mi lado se sentó Alfonsina y fue muy simpática. Mi hermano tenía razón.  Cuando salí esa tarde ¡allí estaba esperándome! Había cumplido su promesa.

             No me dejaron volar…
             Las tardes eran apacibles y especialmente en verano y primavera  los niños salíamos a jugar con los amigos del vecindario. Tardes de diversión, de risas, de aca-
           cios y jazmines floridos que perfumaban el aire.
             “Eso no es para señoritas” escuchaba a menudo de labios de mi madre, cuando me aventuraba a probar algo nuevo. Esa mujer madre de siete varones y de una
           niña procuraba con sus enseñanzas criar a una “señorita” con todas las de la ley. Andar en patines, en bicicleta, jugar a las carreras, al pillarse, bañarse en el rio, todo
           eso y no sé cuántas cosas más, no podía hacer, sólo a mis hermanos no les estaban vetadas aquellas actividades. Los miraba ponerse los patines que compartían los
           Queirolo, el zapato sobre esa plataforma metálica, amarrados con correas de cuero y comenzar a deslizarse suave y luego velozmente por la calle. Imaginaba que
           yo también podría volar así, incluso bailar sobre esos mágicos patines. No hace mucho escuché acerca de clases de baile sobre patines.

             ¿Acaso una señorita no podía divertirse?
             Claro que sí, por supuesto, pero con cosas de señorita. Juegos femeninos que con mucho entusiasmo aceptaba en casa de alguna amiguita de la cuadra, como
           de Yerty por ejemplo, pero solo media hora, “no puede uno estar metido en casa ajena mucho tiempo”;además de aprender a bordar, a tejer, a cocinar; leer, dibu-
           jar…Había mil cosas para hacer y no podía quejarme. Además cuando fui más grandecita mis hermanos me incluyeron en sus juegos y fui aguadora, barra y porris-
           ta de quien hacía los goles y hasta de arquera me pusieron en alguna emergencia. Protestaba mi madre ,pero mis hermanos me blindaban y abogaban por mí. De
           todas formas estábamos en el patio y bajo su mirada. Igual tenían cuidado de no chutear fuerte la pelota cuando oficiaba de arquera. ¡Pobre de mí si me ponía a
           llorar! Así que aguantaba no más. Tenía varios entrenadores y de haber seguido en esas actividades podría haber sido una Endler.

           Mercedes Olivares de Ardiles
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