Page 23 - 2020
P. 23
1º.marzo.2020 ‹ 23
Sueño y decepción
Bonita entrada de rejas azules, mucho prado y juegos de colores. En mi imagina-
ción se ensambló una escuela alimentada por demasiadas películas. Nada me auguró
la salita de tablas de madera pintadas de verde chillón. En mi cabeza jamás se sembró
la idea de dibujos hechos por las tías para alegrar el lugar. Sin embargo, me enamoréal
primer instante.
Eso estuvo bien por un tiempo, como quien le pone un cartón a una ventana rota –cosa
que pasaba mucho en mi escuela- pero tarde o temprano debe ser reparada.
El invierno llegó y la ventana seguía así. Incluso, más trozos de vidrio fueron arrancados.
Un gobierno inconsciente dejo apenas el aluminio de lo que fue mi educación básica.
Mi escuela era municipal y por ello, cuando hice ingreso a la enseñanza media paga-
da, volví a imaginar bonitas vistas, salas de luz clara y una amplia biblioteca. Esta vez
sí me decepcioné y he de admitir que lloré de impotencia. Ni siquiera en mi primer día
con la tía Gloria lo hice. No obstante, mis nuevos profesores, nuevamente parcharon
las falencias.
Mi educación ha sido de salones atestados, pasando de ser “la cuica” por modular un
poco de más a “la huasa” por vivir un poco lejos. He compartido con hijos del robo, hijos
del crédito e hijos que tienen a pedir de boca. Pero todos compartimos lo mismo; una
educación que si no fuera por profesores ingeniosos, nos arrojaría a la intemperie con Dos piojos y una
apenas los cimientos que una seguidilla de ministerios de educación ha dejado.
De todo corazón espero, deseo, quiero, que el día de mañana cuando otro niño ima- varilla de membrillos
gine bonitas rejas, prado y juegos, no se tope con ventanas rotas.
Bárbara Yáñez Ormeño En la escuela del campo donde estaba en tercero básico, los compa-
(18 años) ñeros, especialmente los más grandes, tenían piojos; había de 1° a 6°
básico, divididos en dos salas, en la mía de primero a tercero, en la otra
los mayores. Los “piojentos” eran casi la mayoría, especialmente los
zambos y gordos.
Los recreos eran fantásticos, sobretodo el de las 10 de mañana, donde
jugábamos casi una hora. Los profesores aprovechaban de tomar mate con
leche y sopaipillas que les venía a dejar Doña Manda, la vieja que tenía un
hijo “tonto” que estaba como en sexto básico y nunca pasaba de curso.
Jugábamos a las “topeas” que era que un niño más pequeño subía al
apa de uno más grande y daban de golpes y empellones al otro supuesto
caballo para derribarlo. Nosotros, los jinetes, ofrecíamos pan a nuestros
caballos, que a esa edad estaban siempre con hambre, para evitar que
nos voltearan.
En eso topones los piojos se nos “pegaban”. Por lo que mi profesora
que era chiquitita, gritona como un sargento negro de las películas, nos
revisaba y cuando detectaba algún contagiado lo enviaba a su casa, con
tres días de descanso (hoy entendí que era la cuarentena). Yo nunca tuve
piojos. ¡Qué suerte para los otros, que se iban con tres días libres!
Soy hijo único, de madre soltera, me bañaba todos los días, me revi-
saba y me ponía gomina, debe ser por mi pelo tieso de indio. Y no tenía
piojos.
Mi plan…
Tuve que hacer un plan: un día martes llevé doble pan como colación
y a la hora del recreo le compré al crespo Salazar dos piojos grandes,
gordos, bonitos.
Los puse en una cajita de fósforos vacía, tomé aire y me fui donde mi
profesora. La adrenalina me consumía, era algo épico, yo el blanquito
con piojo, y dos, y grandes...eso sí era muy convincente. La profe cayó,
se la tragó la muy gritona. Me envió de inmediato a casa. ¡Tres días libres!
Cómo se le arregla la vida a uno a los 8 años.
Costó explicar a mi incrédula madre, pero yo con mi caja de piojos,
traía la evidencia.
Esa tarde me fui al río, a bañarme el piojento. Cuando regreso, la cara
de mi madre y la varilla de membrillos en su mano parecían indicar que
algo malo, muy malo, estaba pasando.
Había venido la profesora en la tarde a mi casa, casi a increpar a mi
madre (ellas habían sido compañeras de curso), que cómo podía yo
tener piojos.
El guatón Zalazar habiéndose visto con dos panes, y como era egoísta
y glotón, los demás le pedían y como no les daba, lo acusaron de robarse
ese otro pan; viéndose acorralado, confesó que me había cambiado el
Como el pasado nunca termina de durar, un mendrugo por dos piojos. Eso llenó de ira a mi cándida maestra.
suceso del pasado se puede cambiar. Las lesiones (y lecciones), fueron evidentes: al otro día a clases no
Y no solo a través de afectarlo con un tipo más, sin cuarentena, pero con unos tatuajes en mis glúteos en forma de
subjetivo de memoria, sino escribiéndola, ramillete de varillas de membrillos.
El crimen no paga, especialmente a los piojentos. Yo, piojos y miedo
pues la experiencia humana se transforma no he tenido nunca, así que le recibo dos piojos, para conocerlos.
en el acto de narrarla.”
ONTOESCRITURA, Fernán Troncoso Jofré
Ziley Mora y Birgit Tuerksch