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        Historia de un

        amigo para


        leerla cantando



          Santa Cruz, verano de 1957

          “Puro Chile es tu cielo azulado”. ¡Pero qué cresta! El
        Peuco con su hilo curado me manda cortao. Tan relindo
        que era mi chilenito… Pero cuando encuentre al chueco
        del Peuco le voy a poner un combo en lo que es hocico.
        Total, Santa Cruz es chico, y en cualquier potrero me lo
        pillo y me lo chanco.
          Estoy guardando con rabia mis palillos y escucho que
        me llaman: ¡Rucio, hey!
          Miro y era el mesmito Peuco. Me lanzo encima como
        loco, lo boto, nos paramos entierrados, lo arrincono y en
        eso me dice: “Espérate, no peleemos más… ¿Sabís que le
        andan haciendo propaganda a un show de no sé de quién,
        pero nombran a un gallo Frei…? ¿Vamos a la copucha?
        Después te pago el chilenito.”
          Nos sacudimos, nos arreglamos los suspensores y parti-
        mos como flecha a la plaza frente a la cárcel, donde justo el
        parlante de un cacharrito anunciaba y tiraba papeles como
        loco. Corriendo, saltando, gritando, sudando, cantando,
        entierrándonos, corríamos detrás del autito.
          “Cuidado con ese quiltro e mierda… ¿Y voh, qué hacís
        aquí? ¡Ándate a tu barrio!...Oye Peuco, corretéate al hijo
        del carbonero y yo le tiro el pelo a la negra curiche, la
        hija de la empleáh de Don Jacinto…Tanto pelusa que se
        ha juntado… Si a nosotros nos han nombrado ayudan-
        tes y hay que cumplir… ¿Cómo sabí si nos llegan algunas
        chauchas y podemos ir a la matiné del domingo? Está
        regüena la de “Tarzán…”
          ¿Te acordai Peuco qué aventuras aquellas? No sabíamos
        de qué se trataba, pero luego nos sentamos en nuestra
        placita, cansados, agotados, pero ¡por la cresta que está-
        bamos contentos!
          Y en eso aparece la Noelia, mijita rica, tan linda que
        era…Y esos besitos ricos que le dí…Nunca lo supiste,
        tonto pelota, hasta cuando nos pilló el viejo de tu papá
        tomaos de las manos. Venía llegando a la casa en la cuca,
        y como buen paco sacó la luma y yo apreté cueva… a pié
        pelao no má, por los potreros…No me pillaba ni el diablo, a pesar de mi pata chula.
          Tantas cosas que pensamos y hablamos esperando al tal Frei, que chitas que se demoraba. Ya estábamos cabriao y
        sin saber todavía quién era el tal Frei. A lo lejos se ve una polvareda. Ahí viene -dicen los viejos- Es falangista dice uno…
        Fue ministro, dice otro. Se detiene el auto. ¡Chitas el viejo pa narigón! Flaco y peinao al charchazo, grandazo el viejo.
        Venía acompañado de un negro chicoco, cara e mono, Bernardo le decían… Habíamos como cincuenta personas, unos
        treinta adultos. Se encaramó a un escaño y pidió silencio. –Estará loco el viejo, si el barullo es infernal…

          Chillán, julio del 2006
          Nunca te olvidaré Peuco. ¡Qué lindo sería estar aquí contigo! Sería un sueño…Te haría un chilenito y te regalaría
        mi polquita regalona. Sé que estás en el Cielo y para mí nunca serás un “detenido desaparecido”: sé que estás siem-
        pre aparecido conmigo. Y durante tantos años, tú has sabido de mis triunfos y fracasos…-¿Cómo estai allá arriba? Yo
        nunca llegaré a tu lado; sin embargo, ¡sale a encontrarme cuando yo me vaya al Infierno para que nos veamos por
        última vez!
          [P.D. DE AUTOR: Esta pequeña historia es verdadera; fue escrita hace años, en el extranjero. Nunca la pude terminar
        ya que supe de la muerte trágica del Peuco, como tampoco me pude despedir. A punto de cumplir 65 años de matri-
        monio de mis padres, quienes siempre me han dado fuerza, la termino y solo me queda decir: “Pedro Segundo Órdenes
        González, el Peuco, ¡Presente!”]


        Manuel Enrique Muñoz M.
        (70 años)
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