Page 27 - 2020
P. 27
1º.marzo.2020 ‹ 27
La buena educación
recibida en mi infancia
Mi infancia, recuerdo, fue muy feliz. Nací en un hogar con seis hermanos, cuatro mujeres y dos
hombres. Fui matriculado en el kínder, en el que se consideraba el mejor colegio particular de la época,
el Seminario de Chillán, hoy Padre Alberto Hurtado. Mi educación en dicho colegio fue de muy buena
calidad y ha sido la base para ser una persona de bien en el ámbito social de mi comunidad.
Este establecimiento mantenía un buen ambiente escolar, sus dependencias reunían las condiciones
adecuadas para entregar y recibir una adecuada educación. Los compañeros del colegio eran la gran
mayoría hijos de padres de clase media y también bastantes de muy acomodada situación. Recuerdo,
en especial, la destacada participación en los desfiles de fechas celebres de la ciudad de Chillán y tam-
bién la realización de la “Revista de Gimnasia” al final del año, en donde se mostraban la preparación
destacada en los deportes y se premiaba a los mejores alumnos en las distintas disciplinas intelectua-
les y físicas.
Ya adolecente y después de recibir abundante preparación en valores y principios cristianos, como
amor, fraternidad, amistad y solidaridad, me fui compenetrando más profundamente en una realidad
de vida más competitiva, donde el esfuerzo, dedicación y disciplina tienen una gran importancia.
Hoy, con el correr del tiempo y los frenéticos cambios políticos y culturales, los que muchas veces
no son para mejor, tengo que concluir que nuestra responsabilidad de jefe de familia y ciudadano
contemporáneo debe asumir profundamente que la educación y formación de los individuos es fun-
damental para tener un gran país.
Hugo Neftalí Guíñez
(76 años)
Enseñanzas:
algunas malas,
otras eternas
Entre cuatro paredes se desenvolvía, dentro de mi
metro cuadrado volaba, en aquella mesa allá, en el fondo
del salón, mi mente divagaba entre fantasías de niñez y
mis sueños del cual futuro incierto deseaba.
Imposibilitado de oír las clases de la profesora Uri-
be, más bien de la “sargento” Uribe. Me imaginaba mis
propias clases, sesgado por mi déficit atencional y un
diagnóstico de TEL, creaba mis propias respuestas a mis
ansias de aprender, las que al momento de plasmarlas al
juez papel, quien solo perdonaba a aquellas mentes aptas
para nada más que memorizar, resultaban ser más ciertas
que las cátedras de la “sargento” Uribe.
Ignorado por mis pares por no pertenecer a su clase
social, vagaba por el patio a la hora del recreo, buscando
el punto débil de la muralla que me separaba de la libertad
y del aprendizaje verdadero, de la aventura y del romance,
los cuales llenaban más mi joven espíritu. Todo gracias a
aquella mujer dispuesta a dejarlo todo por pasar la tarde
conmigo y enseñarme lo que ella aprendía en su colegio.
Tardes en que, de una u otra forma, aprendía del mundo
mucho más que dentro de esas cuatro paredes. Hay felicidad si hay sentido en lo vivido. Y
el sentido a la experiencia vivida lo arroja el
Enoc Montecinos Ortega escribir. Quién escribe, jamás estará solo: los
(26 años) mundos que crea lo acompañarán”
ONTOESCRITURA,
Ziley Mora y Birgit Tuerksch