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32 › ESCUELA DE CRONISTAS Y ESCRITORES PARA LA MEMORIA DE ÑUBLE





                      El Canario



                        Dejando a un lado la caña de pescar hecha de colihue, el viejo Fernando Moya se sentó en el suelo, tomando como respaldo un añoso tronco de coigüe. Era la
                      hora de la tarde, donde se comía un chivo crujiente y se bebía el vino tinto traído en chuicas desde Chillán. Estábamos pescando más arriba de San Fabián de Alico,
                      en El Sauce. Me gustaba salir con ese montón de viejos a pescar en el río. Me gustaban sus historias increíbles y sus mentiras contadas a orillas del fuego.
                        Yo fui el primero que trajo la Coca-Cola a Chillán” -dijo el viejo Feña-. Me vine desde Linares, detrás de mí patrón que tenía una bodega de bebidas en la calle
                      Itata, eso fue a fines de los 50. En el gobierno de Allende teníamos que ir a buscar la Coca-Cola a la Embotelladora de Concepción. El viaje demoraba dos días, entre
                      ir y volver.
                        Un día, de regreso de esos viajes y llegando a Chillán, fuimos desviado por Carabineros en la Avenida O´Higgins. Tomamos Prat y doblamos por Dieciocho, hasta
                      llegar a la Plaza de Armas. Los universitarios se habían tomado la sede de la Universidad de Chile y estaban peleando con los pacos del Grupo Móvil, y yo -dijo el
                      viejo Feña -traté de huir y doblé por Constitución. No sé lo que pasó, de repente una lluvia de piedras cayó sobre mi camió. Las botellas de bebida se reventaban
                      por la granizada de piedras. Me reventaron el parabrisas y los vidrios de las puertas. Mi pioneta recibió un piedrazo que le quebró la mandíbula y le arrancó tres
                      muelas, otro piedrazo le cayó pleno en la sien. Mientras lo arrastraba por el asiento, cientos de piedras entraban por la ventana. Una bomba molotov explotó en la
                      carrocería. El pioneta estuvo inconsciente durante dos meses en el hospital de Chillán, era pariente mío y se volvió a Linares. Nunca más pudo trabajar”.
                        ¿Don Feña -lo interrumpí- su camión era un Ford amarillo? Sí -me contestó el viejo- era un Ford y era lindo mi Canario, con el me vine de Linares. Nunca lo pude
                      reparar. Y, ¿cómo sabe usted don Juan Carlos la marca y el color de mi Canario? ¿Estuvo allí?”
                        Con voz apretada empecé mi relato. Esa mañana junto a un grupo de amigos defensores de la UP, llevamos varios sacos cargados con piedras al techo del Teatro
                      Municipal, que en ese tiempo estaba abandonado y sin terminar. A las doce ya estaban los pacos del Grupo Móvil frente al Banco de Chile. Desde el techo le tirá-
                      bamos piedras que rebotaban en el pavimento, éramos aproximadamente 10 universitarios los que defendíamos el bastión. De pronto un camión Ford amarillo
                      dobló por Constitución y una sola voz salió de nuestras gargantas al ver las botellas de Coca-Cola: ¡Imperialistas culiaos”, y lanzamos una lluvia de piedras sobre
                      el desprevenido camión. Sobre mi cabeza pasó una Bomba Molotov que cayó sobre las bebidas que explotaban y explotaban impactadas por las piedras. El para-
                      brisas estalló en mil pedazos.
                        Nosotros celebramos jubilosos la victoria sobre el imperialismo y el capitalismo yanqui. Corrimos por las abandonadas escaleras del Teatro llegando a la sede
                      de la Universidad de Chile desde donde nos escabullimos en el gentío para llegar a la seguridad de nuestras casas.
                        El viejo Feña escuchaba mi relato con lágrimas en los ojos. Perdóneme Don Feña -le dije como una súplica-. No hay problema don Juan Carlos -me respondió el
                      viejo- yo desde hace tiempo que los he perdonado.
                       Juan Carlos Olmedo U.
                      (67 años)
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