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        Recuerdos

        del ramal



          El tren Ramal que viajaba desde Chillán
        a Dichato salía todos los días completo de
        pasajeros, y volvía igual de lleno. Mucha
        gente usaba el tren para ir a sus trabajos en
        la semana. Los fines de semana se repletaba
        pues viajaba gente a la playa de Dichato,
        casi no se podía caminar por los pasillos.
        Los canastos con Cocaví, pollos cocidos,
        huevos duros, pan con queso, etc.
          Era muy entretenido viajar en tren, mirar
        el paisaje desde la ventana, ver los anima-
        les, los ríos, ver la Naturaleza en general.
        También en el tren subían vendedores,
        vendían Malta, Pilsener, Bils, Papaya,
        bebidas de esos tiempos. También vendían
        sándwich, huevos duros, galletas y otros.
        En las tardes venía gente que viajaba para
        Santiago o al Sur.
          Recuerdo a un matrimonio, amigo de la
        casa, don Juan y su esposa María. Ambos
        eran profesores. Llegaron un día en la noche
        en el tren que no cabía un alfiler. Al bajarse
        traían un bulto de mucho cuidado, alguien
        se hizo el amable y ayudó a bajar el bulto.
        Lo tomó con fuerzas, lo dejó caer muy fuerte
        y se reventó el bulto. ¿Y qué traía? Un chui-
        co de 15 litros de aguardiente, y nueces
        alrededor. ¿Y qué pasó? El olor los delató,
        las nueces se bañaron con el aguardiente.
        Después del “problema”, fueron a dejar el
        bulto a la casa de mi abuelita, con mucha
        vergüenza. No pudieron llevar las nueces
        ni el aguardiente a Santiago. Y ahí quedó
        el bulto: viajo desde Confluencia a Chillán
        sin llegar a su destino final.
        Brunilda Herminia Sepúlveda
        González  / Brunihermy
        (72 años)


                             Visión pueblerina: San Rosendo


                               El pueblo de San Rosendo, por el cual transité hasta los trece años, se presenta luminoso y pintoresco en mi memoria, con su estratégica ubicación
                             en un cerro, otrora fuerte español, con una belleza natural enriquecida por la confluencia de los ríos BioBío y el Laja y su añoso puente ferroviario que
                             no perturba las quietas aguas, configurando un paisaje que desafía la sensibilidad de un pintor y que cautivó a Isidora Aguirre para que decidiera
                             inmortalizarlo en la afamada comedia musical La Pérgola de las Flores.En verano, disfrutábamos del río,”los piqueros” desde las cuatro destruidas
                             pilastras que lo seccionan, la playa y de los asados familiares, a la sombra de los sauces, encargados permanentes de adornar los pequeños islotes.
                             En las noches la plaza se transformaba en un animado centro de baile y reunión de la juventud con dedicatorias de discos tan decidores como: “Eres
                             todo para mí” de Neil Sedaka o “Tu Eres mi Destino” de Paul Anka, que propiciaban los romances. En esa sintonía musical los niños soñábamos con
                             aquel día en que también bailaríamos en la plaza, evento que, en nuestro ideario infantil, nos confería un sello de egreso de la niñez.En invierno,
                             con sus lluviosos y gélidos días, apresurábamos el paso para sumergirnos en la calidez hogareña y apropiarnos del inigualable calorcillo de la estufa
                             a carbón de piedra en espera de las infaltables sopaipillas.
                               He esculpido en el tiempo la alegría que me invadía en el esperado viaje en tren a Concepción, en nuestra óptica pueblerina: “la gran ciudad”,distante
                             80 km, en la cual resultaba tradicional que mis padres me llevaran a almorzar a una cocinería del mercado tapizada con fotos de jugadores y equipos
                             del Campeonato Regional tales como Naval, y Arturo Fernández Vial.Asimismo, rememoro con nitidez la Sala de Espera de la estación penquista,
                             actual Salón de la Intendencia Regional, lugar en el que contemplaba alucinado la policromía del impresionante mural que da pictórica cuenta de la
                             historia de la ciudad, desde sus orígenes coloniales hasta su industrialización, enfocándose en la vida de los trabajadores, conllevando un mensaje
                             de reivindicación social, que advertí con el paso de los años.En contraste, la angustia y el temor se apoderaba de la comunidad cuando el alarmante
                             y reiterativo pitar proveniente de la Casa de Máquinas anunciaba un accidente en la vía férrea y que, en alguna infausta ocasión, devenía en fatal
                             desenlace, enlutando a toda la población, en su mayoría de estirpe ferroviaria, que en multitudinaria y solidaria caravana acompañaba el sepelio
                             del malogrado vecino, recorriendo un sinuoso camino para llegar al cementerio, situado en la cima del cerro.
                               Con el auge del transporte camionero, los pitazos de las locomotoras, el sonido metálico de las ruedas girando en los rieles, y el chirrido de los
                             frenos se perdieron para siempre en las quebradas de sus cerros y se ahogaron en el caudal de sus ríos; lo que no ha acontecido con mis recuerdos
                             ya que al observar rieles enmohecidos en desuso y estaciones inertes se acicatea mi memoria, sin control de obturación, para concatenar paisajes
                             e imágenes del querido pueblo de mi niñez, tatuado en ella con tinta indeleble.
                               Espero que algún día se restablezca el circuito ferroviario con un servicio de conectividad integral y de calidad y que aquellos anuncios de reacti-
                             vación se concreten y no se disipen como el humo de las locomotoras de antaño para, lastimosamente,convertirse en “cortinas de humo”.

                             Julio Sánchez Saez
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