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20 › ESCUELA DE CRONISTAS Y ESCRITORES PARA LA MEMORIA DE ÑUBLE
La catedral de
Las Peras
Es normal que en los sectores rurales la luz eléctrica
se corte y en Las Peras no es la excepción. La noche en el
campo no me atemoriza, pero una iglesia en la oscuridad
me pone la piel de gallina.
En Las Peras hay una iglesia de dos pisos, demasiado
grande en comparación con las humildes casas de alrede-
dor, con lujosos vitrales, en mosaicos de colores que con-
trastan con el plomo del cemento de que está construida.
Está rodeada por unos pinos inmensos en los que abundan
los murciélagos que se asoman a la luz de la luna. Pero lo
más raro de todo es que ya no se ocupa, está abandonada.
Hace poco levantaron una iglesia más grande, que nunca
se va a llenar con todos los feligreses que viven en el sector.
La fe no mueve montañas, las construye.
Pablo Donoso
Guzmán
(24 años)
¿Qué es escribir? Fernán Troncoso Chile y su Ximena Leiva
(44 años)
(52 años)
sanación
Escribir es vaciar en letras
lo que está en el corazón.
Escribir es revolucionario. Cuando el mar toca el cielo produce una
Escribir es un grito del alma, reacción pupilar que refleja lo maravilloso
esa alma, que a veces ríe, a veces llora, a veces ama o que es que dos grandes energías se unan
a veces olvida. en un mismo color, luego libera lo que el
Escribir es rupturista. Porque el buen escritor le saca el agua ofrece y el oxígeno mejora. En las
aliento, o un recuerdo, o una sonrisa al lector… búsquedas imperfectas, decenas de par-
tículas llegarán a comprometer un camino
sin sed y con inspiraciones y expiraciones
no forzadas que lleguen a entender que
lo que la biología da, vive para siempre
en un mar inmenso que miro al cielo e
invito a caminar en el azul profundo de
una bandera chilena.
Marcelo Moraga A. Trenes
(51 años)
Trenes: eso sí que para mí es nostálgico y recuerdo vivo de mi niñez y adolescencia. Viajes de vacaciones de invierno a Santiago, ida y vuelta en tren.
Imposible de olvidar el pasaje Chillán-Alameda; el cartoncito de tamaño pieza de dominó, ese que el inspector cortaba con una especie de alicate o
cortaúñas grande, haciendo una perforación con el sonoro clic, lo que indicaba confirmación de asiento y su revisión. Previo a ello, se escuchaba a
viva voz la repetitiva y potente frase: “boletos sin revisar”. Lo asimilo al profesor, en la sala de clases, pasando la lista de todas las mañanas.
El coche del tren era como un aula y la ventana era el pizarrón donde conocí nuevos paisajes, vi otras ciudades y campos, como también observé
distintos ríos y edificaciones. La estación de Avenida Brasil era obviamente el escenario donde comenzaba el anhelado viaje invernal. Que decep-
cionante y triste está ese edificio en la actualidad.
La espera al tren, que casi siempre venía de Concepción, se hacía nerviosa e inquieta. En los primeros viajes aún me acuerdo del estómago apre-
tado y las caminatas inquietas de un lado a otro del andén. Algo así como la típica escena del futuro papá, esperando afuera de la maternidad y no
sabiendo en qué momento le avisarían del nacimiento de su hijo.
Llegó el momento. Se anuncia por los parlantes la llegada del expreso procedente del sur con destino a la capital. Lo tengo en mi memoria audi-
tiva, nítida y completa: “Señores pasajeros, atención, a 5 minutos de su llegada, por la primera línea, automotor salón procedente de Concepción,
destino Alameda”.
Aquella época, parece que no volverá. Boleterías, Custodia de equipaje, Cafetería, Sala de Espera y Carros porta maletas, ¿a dónde se fueron? Al
purgatorio, junto con los trenes (así lo cree el escritor Hernán Rivera Letelier). Promesas, malas inversiones, abandono, desidia.
¿Barrio Estación? ¿Qué es eso? Al menos en Chillán, es algo inexistente o cuanto mucho, fantasmagórico. La estación de ferrocarriles pareciera
querer convertirse en un monumento, algo así como una oficina salitrera, como una instalación industrial de pasado glorioso. Siento pena e impo-
tencia, pero al mismo tiempo algo de conformidad y esperanza. Me pregunto: ¿No será que los trenes y locomotoras pertenecen al pasado?
Así que Orwell, no me defraudes, déjame controlar el pasado para que en un futuro próximo reviva mi estación y se llene de trenes.
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