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                   Manuel    Nos vamos de un golpe a 1957
                    Osorio
                   Retamal
                        (73    Para mí, que ya cumplí siete décadas, me pareció en un principio tarea difícil volver a un pasado tan lejano. Curiosamente, no obstante el ineluc-
                      años)  table transcurrir del tiempo, constaté que tengo muchos recuerdos de esa época, en especial vivencias muy gratas. Parece ser verdad,entonces, la
                             vieja aseveración que afirma la persistencia en nuestra memoria de los sucesos de los primeros años de vida.
                               Nos vamos de un golpe al año 1957…
                               Es mayo y cumplí nueve años, pero nadie en mi casa se acordó de celebrar o recordar siquiera la fecha (quizás mi mamá se acordó). En mi casa
                             somos ocho personas y a lo mejor por eso no se celebran los cumpleaños. Sé que a algunos compañeros, los más ricos sobretodo, le hacen una fiesta
                             con invitados, torta y regalos, pero nosotros no tenemos esta costumbre y a nadie le molesta.
                               Hoy la mamá nos despertó a las siete y media para ir a la escuela y fuimos al patio a lavarnos la cara y las manos, en la artesa. En la cocina mamá
                             ya tenía el brasero encendido y encima la parrilla con la tetera y el cacharro con el café de trigo hirviendo. Se sentía el olor rico del café. Nos servimos
                             pan con margarina y café y si alguien quería comer caldo de papas, cebolla y fideos, también podía hacerlo. La mamá prepara todos los días este
                             caldo para el papá.
                               Al poco rato partimos para la escuela, queda a tres cuadras de la casa. Yo me voy con Juan,mi hermano. Se veían ya las carretas que traen cosas
                             al pueblo y también vimos al carretón de Pellizco, con el Pellizco parado en el carretón y una huasca para pegarle al caballo. Y un  poco más allá el
                             Cuartel de Carabinero y el furgón nuevo que les llegó.
                               Mi escuela se llama Escuela de Hombres Número 6 de Coelemu, queda frente a la Plaza de Armas. Es grande, está hecha de madera y tiene baños
                             y patio para jugar en los recreos. Como hoy es lunes, se hace un acto en la entrada, donde se canta la canción nacional y el himno de la escuela, el
                             profesor García dirige el coro, que somos todos los alumnos.
                               A mi profesor le dicen el “Pituco” García, porque siempre anda con terno y corbata y porque dicen que se corta el pelo todas las semanas. Él nos
                             dice que saquemos nuestro cuaderno de historia y que copiemos todo lo que él escriba en el pizarrón. El profesor escribe con tiza en toda la piza-
                             rra, queda lleno de polvo blanco y nosotros copiamos con lápices de madera. El señor García es bueno, es raro cuando le pega a algún compañero,
                             además que solo les da un reglazo en las manos a los desordenados. Menos mal que no me tocó con el “Pelao” Venegas. Ese sí pega con varillas y
                             cachetadas. Otro que es mañoso es Pérez, profesor que a los revoltosos agarra de las patillas y casi llega a levantarlos. Algunos grandotes de quinto
                             y sexto hacen lo mismo con los más chicos, les dicen coopere con el señor Pérez, se creen muy graciosos…
                               A eso de las 10 se escucha el sonido de la campana y salimos al primer recreo y también a recibir el jarro de leche que nos dan. La leche la preparan
                             los cabros de sexto año, los más grandes. Primero tienen que hervir agua en unos fondos grandes, después echar la leche en polvo y, por último,
                             revolver y repartir a los alumnos.
                               Faltaba poco para volver a clases cuando se armó una pelea en el patio. Me acuerdo que se agarraron a puñetes el “Bocina” Donoso con el Flaco
                             Varela, todos alrededor gritábamos por el flaco, porque el Bocina es muy pesado, se cree la muerte porque tiene bicicleta y pasa tocando la bocina.
                             Al fin llegó un profesor y se los llevó a la oficina del director.
                               Llegué  a la una de la tarde a almorzar a la casa. La mamá tenía pescado frito, antes de entrar a la cocina ya sentí el olor a fritanga. Me gusta este
                             plato, con papas cocidas y ensalada. El pescado llega en el tren de Tomé y lo reparte en una carretita de mano un hombre de apellido Solís, a quien
                             todos conocen como el “Jurel”. Como siempre, la mamá dice que tengamos cuidado con las espinas.
                               En la tarde, como hacía calor y nos toca gimnasia, fui sin zapatos a la escuela, total es cerca y muchos niños hacen lo mismo.
                               En todas partes la gente habla de las elecciones de Presidente. En mi casa al papá le gusta Alessandri, un viejo que aparece en un tremendo afiche,
                             donde mira fijo y abajo se lee: “A usted lo necesito”. El otro candidato es Allende, un doctor con lentes, que dice mi papá que es comunista y que si
                             gana, puede quitarle la viña que tiene en el campo. Hay otro que se llama Eduardo Frei, un hombre flaco y alto, que tiene una tremenda nariz y por
                             eso le dicen “El Narigón”.
                               Después de tomar once, me puse a hacer las tareas. Me tocó tarea de matemáticas, sumas, restas y divisiones por un número. Creo que el otro
                             año vamos a dividir por 2 y 3 números, ahí te quiero ver…
                               Cuando terminé las tareas me fui con los cabros a jugar a las bolitas, me fue bien, ya tengo más de 100 bolitas y como 20 polcas. Al rato llegaron
                             más cabros  y el Richar trajo una pelota de trapo que hizo con un calcetín relleno con lana, así que armamos una pichanga en la calle, con unas pie-
                             dras de arcos. Jugamos hasta que nos cansamos, quedamos llenos de polvo y seguro que la mamá nos va regañar por andar ensuciándonos, pues
                             es ella la que tiene que lavar a mano en la artesa y nadie le ayuda. En la casa, aparte de la mamá, somos puros hombres.
                               Las chiquillas también juegan en la calle, cuestiones de ellas, hoy las vimos jugando al luche, otros días saltan una cuerda o solo conversan entre
                             ellas. Nosotros no nos metimos con las mujeres. Una vez el Chitín saltó la cuerda un ratito con ellas y lo jodieron varios días diciéndole mariquita.
                               Ya en la casa, el papá pone la radio y escuchamos los radioteatros. Están pasando “Adiós al séptimo de línea” y “Hogar dulce hogar”, una cuestión
                             medio chistosa. Ahí escuchamos las comedias mientras cenamos. En invierno, cuando está helado en las noches y estamos calentándonos cerca del
                             brasero, al papá se le ocurre que los dos más chicos, Juan y Manuel que soy yo, nos agarremos a puñetes para calentar el cuerpo. A la mamá no le
                             gustan estas peleas, porque nos damos duro y yo tengo tres años menos que mi hermano. El caso es que el papá y los otros hermanos se mueren de
                             la risa y nosotros quedamos cansados y con las orejas coloradas.
                               Después de las comedias, casi siempre el papá se queda dormido en la mesa. Nosotros también tenemos sueño y la mamá nos manda ligerito a
                             lavarse, orinar y acostarse. Buenas noches, chao, hasta mañana.


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