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› ESCUELA DE CRONISTAS Y ESCRITORES PARA LA MEMORIA DE ÑUBLE
Chillán: ciudad de Amo mi lugar y mi casa
párpados pesados En el año 1995 compramos una hermosa casa en la población Pedro Lagos. Lo que
más nos gustó fue la buena construcción y el tranquilo barrio.Tenemos una excelente
Creo que nunca me conociste en realidad, pero hubo una noche don- locomoción y varios negocios como verdulerías, panadería y supermercados, y también
de juré que podías leer mi alma. Constitución con 18 de Septiembre y me un zapatero.
soltaste el humo de tu cigarro barato sobre los labios y yo, como la mal- Muy cerca se encuentra la Clínica Chillán, el Estadio Municipal, el club de tenis, la
dita adicta que era, inhale todo tu volátil amor. Medialuna, un CESFAM y la Iglesia San Juan de Dios, que es monumento nacional. La gran
Chillán es una ciudad de párpados pesados y de calles que se duer- noticia es que se está construyendo el nuevo hospital regional de Ñuble y sus obras fina-
men rápido, quizá por ello sus romances son aletargados, como si todo lizan el 2023.
estuviera dentro de una extraña burbuja. He robado besos en Avenida La mayoría de mis vecinos son de la tercera edad, por lo tanto, hay muchos viu-
Argentina, he entrelazado mis dedos y mi breve destino en varios para- dos. No se ven niños.Mi casa es de dos pisos, asoleada y con varios árboles, un palto,
deros, en esta historia que se funde con ciudad, he bebido de labios que un damasco y un limonero que da todo el año. En cuanto a flores, tenemos camelias,
juraron promesas demasiado infantiles para cumplirse. cedrón, romero y un ficus que adorna la entrada.
Avenida Vicente Méndez y le dije que me amara, que me amara tanto Tenemos dos guardianes, foxterrier, la Pepa y el Toby. Ellos avisan cuando tocan la
que doliera, porque de esa forma mis otras angustias enmudecían, inca- puerta y también si anda gente en la noche. De herencia, recibí de mamá una gran cam-
paces de torturar más que la laceración de un amor estropeado. pana que solo se toca para avisar a los vecinos si ocurre algo fuera de lo normal.
Cuando el sol caía sobre un Paseo Arauco desolado, nos bebimos las Con mi vecina Rosario conversamos de plantas y flores. Ella me cuenta de sus activi-
estrellas, consumiéndonos con la mirada. Sabíamos que no era perma- dades manuales y también de sus problemas. Tiene un hijo de cerca de 50 años que está
nente, que sería tan efímero, pero tan dulce que nos emborrachamos de en la droga. Siempre anda con su cartera colgada en el cuello, día y noche. La pasa mal, a
las constelaciones de esa invernal oscuridad. veces sale a caminar para calmar sus penas.
Nunca sospechamos de la fatídica resaca. Jóvenes absurdos, simple- En mi barrio, todos conocen a Bernardita. Ella tiene un negocio y es muy amorosa,
mente enrollamos nuestros dedos y seguimos brindando con la vista también a la señora Sonia que da viandas y tiene bastante clientela. No me puedo olvi-
hacia los puntos brillantes que, a kilómetros demasiado extensos de esta dar de don José, él es dirigente de la Junta de Vecinos.
ciudad, arden tal como las memorias que llevo. A mi casa llegan todos los días muchos pajaritos, el cual más me agrada es un zorzal.
Tengo dos hijos casados que viven a dos cuadras de mi casa, uno en los departamen-
Bárbara Yáñez Ormeño tos Schleyer y otro en Palermo.
(18 años) Mi esposo me ha propuesto cambiarnos a una casa de un piso porque ya tenemos
problemas de rodilla por el tema de la escalera, pero la verdad es no me veo en otro
lugar. Amo mi lugar y mi casa.
Digna Pérez Zapata
(70 años)
Pabellones de Emergencia de la
Escuela Normal Juan Madrid
Este es el antiguo y pomposo nombre de mi barrio. En estos terrenos se encontraba la Escuela Normal de Chillán, que fue destruida por el fatídico terremoto del
martes 24 de enero de 1939. Mi padre aseguraba que estas viejas maderas fueron donadas por el gobierno de Brasil. No existe, ni antes ni después del terremoto,
este tipo de arquitectura, con amplios corredores que con el tiempo sus vecinos fueron cerrando para hacer el “living”.
Los sobres de las cartas no toleraban este largo nombre. La costumbre y los carteros lo cambiaron solamente a “Pabellones Normal”.
Hoy no hablaré de mis vecinos con los que me crié, pero no es raro verlos con un plato tapado con una servilleta, caminando por el pasaje, compartiendo sopaipi-
llas, empanadas, pan amasado, humitas, tomates o frutas de temporada.
En mi barrio todavía los niños cantan y bailan canciones, corren por el pasaje y piden caramelos para Halloween. En mi barrio hay un peumo gigante, es el rey de
los árboles, no hay en mi ciudad un árbol tan hermoso como nuestro peumo.
En mi barrio las noches son quietas y apacibles, como noches de campo. Sus viejas tablas aún guardan los murmullos de tiempos pasados. En el verano las puertas
y ventanas se abren para que entre “el fresco”. El zinc hace que la lluvia tenga un concierto de sonidos en el invierno.
Por las noches todavía se escuchan los compases de jazz de la batería del “Guatón Pezoa” y el piano de la señorita Nieves. También se escucha el motor de la vieja
camioneta Ford A de los Dueñas y el traquetear de la maquina Olivetti de mi padre, junto a los compases de la maquina Singer de mi madre.
Mi barrio está lleno de historias de trompos y volantines, de gente esforzada que todos los días le gana a la vida. A mi barrio todavía no llega el WhatsApp ni el
Internet…
Juan Carlos Olmedo
(67 años)