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1º.marzo.2020 ‹





        Mi barrio







          Nada hay más afectivo que el propio barrio donde se creció, se vivó o se sufrió. Evocar las siluetas, las atmósferas o los personajes
        de esas calles hoy irrepetibles, conviene a la narración escrita. Las letras hacen un servicio mucho más perdurable que el cemento, las
        tejas o que el hormigón armado y amado…






























        No tengo barrio                                                Antaño y ogaño de

                                                                       nuestro barrio
          Nadie de mi generación tiene barrio. Nacimos cuando las paredes del
        individualismo comenzaron a alzarse.
          Sé que hubo barrio, en las mismas calles que antes no tenían pavi-  Otrora, muy contentos por haber recibido nuestras respectivas casas. No solo en
        mento. Hubo barrio de caldo de papa y canal. Barrio en el que llamaban   el seno familiar, sino todos los vecinos de la Villa. La que con tanto esfuerzo habíamos
        tía a mi abuela, aun cuando no había lazos sanguíneos o legales.   logrado comprar el terreno y luego construir; y sin pedir una chaucha a nadie, sólo con
          Me hubiera gustado experimentarlo. Sé que me criaron para la déca-  nuestros ahorros y sueldos como funcionarios del Indap.
        da anterior, donde me descoloca encontrarme con Narcisos. Sé que aún   Solíamos juntarnos en más de algún pasaje para conversar o proyectar algún trabajo
        hay personas de barrio cuando el vecino no me cobra el pasaje, porque   de ornamentación, o sencillamente “echar la talla”. Así como también, frente a las casas,
        compartió infancia con mi mamá. Sé que me hubiera hecho feliz, porque   plantar maitenes, que ya crecidos, lamentablemente, fueron atacados por plagas que
        hoy la falta de empatía me rompe en llanto.                    no supimos combatir; por lo que tuvimos que reemplazar por arces. Sin embargo, nues-
          La falta de barrio. La falta del otro y nosotros.            tro sector conservó su nombre como “Villa Los Maitenes”.
                                                                          En las tardes nos reuníamos no solo con el fin de regar plantas, sino también para
        Bárbara Yáñez Ormeño                                           comentar copuchas políticas de aquel entonces, tomar acuerdos para festejar algún
        (18 años)                                                      cumpleaños, o celebrar fechas religiosas o folclóricas. Así también, a veces, para el
                                                                       despido de algún colega que le había llegado “sobre azul”, lo que en un comienzo igual-
                                                                       mente celebrábamos como “un jovial despido”. ¡Qué indolencia!
                                                                          Con el tiempo fue aumentando el número de exonerados de Indap. Y en la misma
                                                                       medida sus propiedades rematadas por causas de dividendos impagos. Debimos olvi-
                                                                       dar los “joviales despidos”, ya que era conmovedor ver a colegas con sus familias recién
                                                                       formadas siendo desalojados de sus casas, también recientemente adquiridas. Dramas
                                                                       que teníamos que habituarnos a ver y sufrir. Ahora, los que logramos quedarnos en la
                                                                       Villa, nos asiste una gran pesadumbre, al recordar a tantos colegas que tuvieron que
                                                                       abandonar sus viviendas e irse a otros lugares. O quién sabe si ya partieron de este mun-
                                                                       do para siempre.
                                                                          Como la vida y sus avatares deben continuar; en un comienzo nos costó un poco
                                                                       conocer a los nuevos residentes, ya que ellos venían de otros lugares y/o trabajos. Sin
                                                                       embargo, hemos compatibilizado muy bien. En sitios públicos, por ejemplo, nos salu-
                                                                       damos atentamente y hablamos sobre temas distintos. Claro que algunos, especialmen-
                                                                       te jóvenes, pasan al lado de uno como “caballo policial”, sin siquiera mirar. ¿Será hábito
                                                                       o cultura de los nuevos tiempos? No lo sé.
                                                                          Sin embargo, la mayoría demuestra ser buenas personas, de trato gentil, colabo-
                                                                       radores en lo que sea menester, buenos conversadores y graciosos además, lo que se
                                                                       ha puesto de manifiesto en varias oportunidades. Por ejemplo, una vecina cuenta que
                                                                       tenía una gatita llamada Virginia. Le tuvo que cambiar nombre. Ahora se llama Violenta-
                                                                       da, porque fue “asaltada” por un gato viejo al que han motejado como el Cara-Dima.“Ese
                                                                       animal, todas las noches, cruza el pasaje y saltando tapias se adueña de los tejados, ron-
                                                                       dando en pos de gatitos nuevos e indefensos. A nadie le cae simpático ese gato”,termina
                                                                       ella contando.

                                                                       Alonso Herrera Vega
                                                                       (84 años)
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