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8 › ESCUELA DE CRONISTAS Y ESCRITORES PARA LA MEMORIA DE ÑUBLE
Elsa Marina Ojalá que todo sirva de lección
Dinamarca
Figueroa Percibí ansiedad, hastío y muchas ganas de gritarle al mundo que la paciencia llegó a su límite; que ya es hora
(66 años) de cumplir las promesas, que las necesidades son urgentes y no pueden esperar. También tengo la impresión que
muchos de los que salieron a la calle solo los motivaba la curiosidad, el hacer algo distinto, el promover desorden.
Quizás muchos jóvenes quisieron hacerse notar como “héroes“, cometiendo fechorías, como los destrozos reiterados
en el centro de Chillán.
Pena por los desmanes, destrozos y aprovechamiento de los inmorales. Siento que todo lo que ha pasado es culpa
de nosotros mismos por tolerar lo intolerable. Hemos sido en cierto modo cómplices de la desidia y falta de volun-
tad de nuestros representantes elegidos. Angustia por estar convencida de que nuestros gobernantes no son lo que
deberían ser. Solamente buscan sus propios beneficios y lo peor es que esta situación se arrastra ya por décadas. En
cada elección hemos tenido la ilusión de un cambio favorable que nunca llega, a pesar de las promesas del candidato
de turno. Es injusto que se le atribuyan al gobernante actual todas las frustraciones y responsabilidades de todos sus
antecesores.
Pese a todo, he visto con emoción cómo un país entero se ha unido para levantar su voz, sin distinciones de dere-
chas o izquierdas. Aunque la situación es triste y dolorosa, considero que ha sido necesaria.
Crecí en un hogar sin tendencias políticas manifiestas, lo que me ha permitido observar con objetividad lo que acon-
tece en una sociedad como la nuestra. Lamentablemente, lo malo pesa mucho más que lo bueno, porque lo malo duele
en el alma y en la piel. Llevamos años en la más cruel indefensión, desigualdad, inequidad, impunidad, desamparo e
inseguridad. En hechos puntuales como robos, asaltos, violaciones, narcotráfico y todo tipo de crímenes, a nosotros
los ciudadanos comunes y corrientes, no se nos hace justicia. Es muy notorio que personajes faranduleros, futbolis-
tas, políticos y sus parientes, empresarios y financistas, uniformados, autoridades religiosas, gozan de privilegios e
impunidad cuando cometen delitos. Aún más, la Constitución Política de nuestro país dice que “Todos los ciudadanos
son iguales ante la ley”. Sin embargo, es trasgredida en forma vergonzosa, a vista y paciencia de todos los chilenos.
Volviendo a lo acontecido, pienso que las medidas tomadas no apuntaron a la seguridad ciudadana, los vánda-
los ganaron terreno destruyendo lo que nos ha costado a todos. Aunque la medida pudiera ser desafiante y un mal
recuerdo para muchos, los militares debieron hacerse presentes desde que comenzaron los desmanes, sin embargo,
en las discusiones sobre si era necesario o no, se perdió demasiado tiempo y esa vacilación dio una mala señal acer-
ca de la determinación del Gobierno. No obstante lo anterior, su presencia fue recibida con gratitud por parte de un
importante sector de la comunidad.
Me gustaría que los políticos de mi país fueran personas idóneas, con auténtica vocación de servicio, sin oportu-
nismo ni intereses personales.
Pienso que en los medios de difusión no se les debiera dar cabida a los mensajes de odio, porque incitan a más
destrucción y violencia. Deseo de todo corazón que nuestras autoridades de cualquier poder del Estado, tengan la
voluntad de devolvernos la paz y la tranquilidad que tanto necesitamos.
Con respecto a los muertos y heridos, no seamos indiferentes; no perdamos la sensibilidad. El estar pendiente del
dolor ajeno nos conecta y nos hace más humanos. El trauma que generaron el sufrimiento, la destrucción y la inesta-
bilidad sobre la integridad ciudadana en 1973 fue horroroso. La angustia de vivir en una sociedad carente de respeto
fue caótica y muy frustrante. Dios quiera que no volvamos atrás.
En mi pueblo nunca hubo alcalde y el cuadro de honor de nuestras autoridades estaba compuesto por el jefe de
retén, el cura párroco, el director de la escuela, el oficial civil, el jefe de correos y telégrafos y el encargado de la posta
de primeros auxilios. Todos ellos eran muy respetados. Allí existía miseria y pobreza relativizadas por algunos, pero que
debido a su cotidianeidad muchos veían como algo natural y normal. Nunca hubo disturbios; los afectados nunca se
quejaron ni tampoco hubo alguien que hablara por ellos. Recordando ese sufrimiento, felicito a quienes hoy levantan
su voz y tienen la capacidad de convocar más personas detrás de un solo fin: JUSTICIA SOCIAL.
Ojalá que todo esto sirva de lección para que cada uno de nosotros se interiorice de los problemas de la sociedad,
que cuidemos nuestro patrimonio y nuestro entorno, que dejemos de lado nuestro individualismo y materialismo y
que los padres no abandonen su rol de formadores y educadores, teniendo siempre presente que la mejor enseñanza
es el ejemplo. Cuidemos nuestro país y el futuro de nuestros descendientes.
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