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              María Rosario   Sentido de pertinencia, de Ser
             Rubilar Rubilar
                  (72 años)    Me críe en el pueblo de “El Carmen”, en el campo de mis bisabuelos, el que les pertenecía desde 1873.
                             Tantas historias, tantas añoranzas. El recuerdo de mi abuelo y el olor del trébol siempre fueron para mí
                             una sola cosa. Siempre disfruté del aroma a pasto, sobre todo el del trébol. Mi recuerdo tan grabado es
                             ver a mi abuelo tendido sobre la inmensa alfombra verde, los quillayes y los sauces dándole sombra,
                             las loicas, gorriones y chincoles que pasaban traviesos volando sobre él.
                               Después de tanto tiempo sin ver su campo, ya enfermo él y consciente del final y del adiós, yo sentí
                             en mi corazón su dolor, y su alegría; por ese trébol, esa tierra, esos pajaritos. Nada decía y nadie se daba
                             cuenta, pero en sus miradas al cielo y al pasto, vi cómo se amarraban alegría y pena en mezcla profunda
                             e hiriente de lo que fue vida, de la impotencia ante las dificultades, de los errores que no pueden olerse
                             a tiempo por falta de sabiduría.
                               Desde su verde alma, el trébol fresco y triste daba cobijo y descanso al abuelo.  Él sólo quería quedarse
                             ahí, en ese agrado, aspirando oler de vida y de adiós que le prodigaba el trébol amado.
                               Comprendí hoy el porqué de mi emoción al olor de trébol y de todos los pastos. Es el  sentido de
                             pertenencia, de propiedad, de ser, de alegría y pérdida. Pero es así la vida, así son sus armas, fijados a
                             la mente, quizás sin darnos cuenta, quizás sabiendo y trayéndolo al presente.








                                                                                Sergio Sur   Olores de
                                                                           (Pseudónimo, 77
                                                                                             mi Infancia
                                                                                     años)
                                                                                               Entonces me inventaron un
                                                                                             robot
                                                                                               que  oliera  los  manzanos
                                                                                             madurando,
                                                                                               este fue exacto en la descripción
                                                                                             y composición de ese aroma,
                                                                                               pero yo no estaba en él…














                                                                       La flor del pasado                          Emilio
                                                                                                                  Andrés
                                                                          Recuerdo que un día paseando en una cáli-  Mellado
                                                                       da tarde de primavera paso por el lado de un   Cáceres
                                                                       magnolio. Me detengo y observo absorto lo   (29 años)
                                                                       níveo de sus flores y el dulzor de su esencia,
                                                                       que impregna el aire con un suave bálsamo;
                                                                       una ambrosía para los sentidos. Inmediatamen-
                                                                       te vuelvo a mi infancia, a esos alegres años
                                                                       de inocencia, donde todo era más sencillo,
                                                                       más práctico y carente de todos los proble-
                                                                       mas que conllevan la ajetreada vida de adulto;
                                                                       y vislumbro la faz de mi tía del furgón, que
                                                                       amablemente me recibía al abordar el vehículo
                                                                       con un afable saludo; y al pasar por su lado
                                                                       siento su tenue aroma. Una fragancia perma-
                                                                       nente con el paso de los años; sin embargo,
                                                                       su rostro se marchita y pierde juventud, pero
                                                                       su aura sigue intacta, su sonrisa permanece
                                                                       impasible y mis amigos del furgón crecen
                                                                       conmigo entre conversaciones triviales, risas
                                                                       y travesuras propias de la niñez.
                                                                          Vuelvo en mí, y me veo de pie a un lado
                                                                       del majestuoso magnolio, preguntándome
                                                                       lacónicamente qué será de ella, qué será de
                                                                       mis amigos, qué será de ese pequeño fur-
                                                                       gón amarillo que tantas alegrías nos trajo en
                                                                       nuestros años escolares. Y todo ello evocado
                                                                       simplemente por el apoteósico encanto de
                                                                       una flor; el hechizante magnolio y su entra-
                                                                       ñable recuerdo.

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