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8.DICIEMBRE.2019 ‹ 13
¿Qué persona se cuenta una historia desde
la perspectiva de desentrañar el misterio
que ella es? ¡Esa es la persona y la historia
que nos conviene!
ONTOESCRITURA, Ziley Mora y Birgit
Tuerksch
María Graciela Volver a mi casa, mi barrio, mi gente
Muñoz
(78 años) Cierro los ojos, e intento que una avalancha de recuerdos de los olores de mi infancia, me golpeen, pero, nada; no me viene nada!
Tengo que concentrarme, y volver a mi casa, mi barrio, mi gente de hace tantos años!
Era una casa enorme, de adobe, poco compacta, con grandes habitaciones, cuatro de ellas, de 25 metros cuadrados, diez en total.
Todas con techos altos y una cosa chiquita que podría llamarse baño, pero que tenía solo la taza con un estanque alto que se vaciaba
tirando una cadena (eso era muy divertido). Esa casa, en la calle Arauco de Chillán, entre Cocharcas y Purén, sobrevivió al terremoto
del 1939 y era de mi abuelo Wenceslao, de mi abuela Ana Luisa y su única hija, mi mamá, Graciela. Ahí vivía la familia, papá Alfredo,
mamá, hermano mayor Iván, yo, la del medio (¡pobrecita yo!) y Cecilia, la menor.
La casa era ya muy antigua, construida desde el borde de la acera, sin antejardín, tenía la puerta principal de madera sólida y lue-
go una mampara con vidrios biselados. El pasillo de la entrada separaba las dos primeras habitaciones enormes, y llegaba a encon-
trarse hacia la izquierda con una galería abierta que daba a un patio central con un enorme naranjo. Tres habitaciones un poco más
pequeñas daban a esta galería. Por el lado derecho, tres habitaciones de distintos tamaños y los baños daban a este patio central. Al
final de esta galería se encontraban, en la misma posición que las de la entrada, las otras dos habitaciones enormes, separadas por
un pasillo que llevaba a la cocina, las piezas de servicio, la leñera, los cachureos, el fogón donde se lavaba y hervía la ropa de cama,
los manteles y demases. Luego, el patio con árboles frutales, y, por un tiempo, un gallinero.
¿Por qué hago está descripción física de mi casa? Porque era tan grande y podría decir que bastante inhóspita según mi visión de
niña, que al llegar, uno esperaba ser inundada de calorcito y el olor de la comida, pero no, tenías que acercarte a la zona del comedor
de diario y la cocina.
Lo que más recuerdo en esa casa era el olor del carbón del brasero, que mi nana disminuía con un puñado de azúcar y yerbas aro-
máticas a la hora del almuerzo o en la tarde. Era imposible calefaccionar de otra manera esa mole dispersa. También el olor de la leña
en la cocina y obvio, el de la comida. No tengo muchos recuerdos de olores que me lleven a la infancia. Sí imágenes. No me gustaba
mi casa, la encontraba fea. Sin embargo, después de adulta valoré su arquitectura, testigo de su tiempo y de una cultura campesina
que prevaleció en la ciudad, y que mi casa representó después que el atroz terremoto de 1939 hizo desaparecer prácticamente la
ciudad.
Yo, era muy niña y admiraba la belleza de las casas modernas, compactas, más pequeñas de mis compañeras de colegio. Hoy, cuan-
do sueño, veo esta casa, la recuerdo en todos sus rincones, y cuando encuentro casas antiquísimas en algún lugar, muero de ganas
de golpear la puerta y pedir que me dejen entrar a conocerlas.
De la Avenida Collín, hacia el sur era campo, quintas con cultivos de hortalizas y flores y en mi adolescencia iba románticamente
a comprar flores. El aroma de los claveles y los gladiolos aún permanecen en mi memoria. Esos eran mis pagos, en los primeros 20
años de vida.
En Collín esquina Pedro Aguirre Cerda funcionaba la curtiembre Choribit. Pasar por allí, o cuando corría viento sur, todo el barrio se
impregnaba de un olor horrible, producto del proceso de curtiembre de animales para la industria del calzado, ropa y diversos artículos
afines. A pesar del desagrado de recordar ese olor, lamento lo que ha pasado con la industria nacional del calzado, que poco a poco ha
ido desapareciendo producto de la apertura al mercado internacional, especialmente el chino. Desde los 80 hasta hace poco tiempo,
se han cerrado las fábricas más importantes de calzado, entre ellas Gacel, Guante, y la última, Albano, en la zona de Concepción.
Hay muchos olores que me llevan a la infancia, pero son pocos los que en la actualidad me provocan reminiscencias infantiles
porque desaparecieron de mi vida, salvo el olor del mar que sigue vigente, como el olor fuerte de las algas pudriéndose en la arena,
Hoy las retiran, pero en mi infancia quedaban eternamente allí, formando un piso blando y resbaladizo que nos gustaba pisar, a
pesar del mal olor.
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