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14 › ESCUELA DE CRONISTAS Y ESCRITORES PARA LA MEMORIA DE ÑUBLE
Inolvidables paseos con el maestro Luis Luisa Villalobos
(67 años)
Cómo han pasado los años desde que mi padre me llevaba de paseo los sábados a alguna fabrica a reparar algún telar, tendría yo siete u ocho
años. Don Fua, don Constantino o los Hasbún llegaban hasta nuestra casa en busca del maestro para que les reparara alguno de sus telares. “Lulú,
vamos a la fábrica”, decía mi padre. Yo feliz, me gustaba salir con él.
Mi madre me emperifollaba con el típico vestido blanco, los zapatos reina y la infaltable cola de caballo. La fábrica quedaba cerca del Club Hípico,
en Santiago. Calles grises, con edificios altos, cuadrados y con ventanucos pequeños y también cuadrados.
Entrábamos a uno de esos edificios directo a la oficina donde a mí me sentaban en un escritorio frente a una máquina de escribir. Allí me entre-
tenía tecleando, mientras mi padre reparaba algún telar, a lo lejos se escuchaba: chaf, tac,chaf, tac, chaf, tac… cada vez más rápido. Cuando esta-
ba reparada, mi padre me iba a buscar y me llevaba a la sala de máquinas. Había muchas en el salón; mientras la máquina estaba funcionando me
enseñaba las partes que emitían tanto ruido: el “chaf” eran los peines, uno subía y el otro bajaba, y el “tac” la lanzadera. Esta tenía un cono de hilo
en su parte media y pasaba por entre los dos peines de un lado al otro. Los peines tenían muchos hilos entre los dientes. La tela salía por atrás de la
máquina y por un costado tenía un gran motor.
Mi padre trabajó en varias textiles, de cada una de ellas hacía diferentes telas: de unas hacían algodón y de otras, rayón y sedas.
Con algunas de estas telas mi padre nos hacía un caleidoscopio. Mi imaginación se iluminaba entre tanto trocito de género y papeles de colores
metidos dentro de un cono tapados por ambos lados con tela blanca semitransparente.
Él siempre me llevó a las textiles donde trabajó. Yo disfrutaba enormemente mirando esas máquinas tejer, o viendo como teñían los hilos o
mirando a los tejedores anudar los hilos, cuando alguno se cortaba en plena faena y tenían que parar el telar.
En la última fábrica en que trabajó tejían policrón. Yo ya era adolescente. Él de vez en cuando llegaba a casa con un paquete bajoel brazo: “les
traje dos cortes de género”, decía. Siempre nos llevaba telas a mi hermana y a mí. Como yo lo esperaba para servirle la cena, elegía primero. De ese
corte me mandaba a hacer, donde la señora Nora, la modista, un hermoso vestido de corte francés, sacado de una revista Burda o pantalones pata
de elefante.
Mi papá fue un mecánico textil muy querido y reconocido. Sabía de mecánica y de telas y para mífue un aprendizaje de primera mano. Me enseñó,
entre muchas otras cosas, a diferenciar una tela sintética del algodón. A lo largo de mi vida han llegado a mis manos diferentes telas, como la gaza,
liviana como una espuma; el terciopelo, suave como la piel de una guagua, o el Georgette, liviano y con una linda caída.
Hoy no compro telas para vestirme, porque ya no hay esas modistas que sugerían el modelo para cada tela y para tu figura, la modista que toma-
ba entre sus manos esas
telas con suavidad, con delicadeza y que yo luciría con coquetería. Ha sido una experiencia enriquecedora e inolvidable junto a mi padre, el
maestro Luis.
Si el libro que leemos, no nos despierta de
un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo?
Un libro tiene que ser un hacha que rompa
el mar de hielo que llevamos adentro.”
Franz Kafka
(1883-1924)
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