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12 › ESCUELA DE CRONISTAS Y ESCRITORES PARA LA MEMORIA DE ÑUBLE






















           Barrio Seco

             Creo que mi barrio nunca existió. Vivía en un pueblo tan pequeño,
           que el pueblo en si era el barrio, tan pequeño que todos se conocían.
           Para llegar a cualquier lugar no te demorabas más de 10 minutos. Los
           años que viví ahí, las calles eran de tierra y ahora no ha cambiado para
           nada.
             Recuerdo que la casa en la que vivía tenía ventanas muy grandes, las
           cuales dejaban ver a la gente pasar. Creo que uno veía a todo el pueblo
           pasar y sabíamos los movimientos de todos, típico de pueblo chico.
             El pueblo que yo recuerdo tenía muchas particularidades. Para par-
           tir, se llama Pueblo Seco y de seco nada, nunca ha tenido una sequía y se
           ubica en medio de la Región de Ñuble. Incluso, en el año 2003 salió vino
           de las cañerías de muchas casas.
             Además, es paradójico el nombre de las calles del pueblo, ya que
           todas tienen nombre de árboles o flores, tales como Los Alerces o Las
           Violetas; creo que hay solo una calle que tiene nombre de persona, de
           una señora, la única que todos conocen, la señora Lucha, punto cardinal
           para cada uno de los habitantes: “de la señora Lucha hacia abajo”, “de la
           señora Lucha hacia arriba”, “frente a la señora Lucha están los bomberos”
           (también el agua potable, la Iglesia y la Junta de Vecinos).
             Cuando uno viaja en bus desde la ciudad (Chillán) al pueblo, es típi-
           co que diga “me bajo donde la señora Lucha” y hablando de eso solo hay
           unos cuantos paraderos de buses: primero está La Quinta, que nunca
           supe porque se llamaba así. Después, a menos de una cuadra, está La
           Iglesia, enseguida La ex Shell, y la siguiente cuadra seria el paradero de La
           bomba de bencina, y la otra es la mítica Señora Lucha y al final, Las Qui-
           las. La señora o doña Lucha es el centro del pueblo y desde años inmemo-
           rables una cantina o restorán, visita obligada de las personas que están
           en el vicio. El origen es que a la dueña de la cantina le decían Lucha, ya
           hace muchos años falleció, pero su nombre trascendió en el tiempo, en
           la memoria de todos los habitantes.

             En plena sequía: personajes como flores silvestres
             Cuando era pequeño había un personaje que todos conocían, él esta-
           ba en la mayor parte de bautizos, primeras comuniones, casamientos
           y festividades. Era don Chafa, el fotógrafo de aquel entonces. Antes que
           todos tuvieran celulares y cámaras,él estaba presente y dispuesto para
           sacar fotos y dejar retratado en papel el paso del tiempo.
             Muchos personajes me rodearon a mí y a muchas generaciones, como
           aquel auxiliar de aseo, un tanto solitario, muy buena persona, que vivía
           al lado del Colegio: el Tío Paulino. O esa directora que de rubia no tenía
           nada, pero sus apellidos eran Rubio Rubio, usaba una chaqueta casi
           cayéndose de los hombros; para todos era un misterio como la mantenía
           allí. También se cuentan miles de historias de todo tipo, delictuales y de
           hazañas realizadas, especulaciones que llegaron a ser verdad.
             Por muchos años, para gran parte de los niños, fue muy difícil o qui-
           zás muy recordado irse a cortar el pelo. Había dos señoras que lo hacían;
           una, que quedaba lejos de mi casa, pocas veces fui, pero hablaba mucho
           y hace unos años fue concejala. La otra señora es la más conocida, con-
           taba mil historias y con una cantidad de groserías descomunales, nun-
           ca fue mala persona, solo era chistosa su forma de hablar: cada cinco
           segundos una grosería y el corte de pelo quedaba decente.
             Desde que me fui de ahí no ha cambiado en nada, solo hay más casas
           y así también las calles mucho más polvorientas. Este era el barrio donde
           crecí, que le hacía honor a su nombre: seco en cultura, una sequía monu-
           mental en literatura, un desabastecimiento musical gigante.
              Quizás era o es el pensamiento colectivo de la gente, ese pensamien-
           to de monocultivo, que nadie se quiere ir de ahí, sabiendo que no flore-
           cerá en un lugar seco, dándose cuenta que no surgirá la imaginación en
           esa sequía.

           José Astroza
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