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          Por María Ignacia   La primavera Chilena
           Véjar “Jazmín de
               Noviembre”      El primer mes de primavera en Chillán transcurría del mismo modo que el año anterior. Días más largos, cálidos y soleados. Natu-
                  (20 años)  raleza más viva, árboles en flor y brotes de jazmín. Uno que otro ciudadano congestionado, producto de una reacción alérgica al polen
                             que empezaba a dispersarse en el aire reemplazando el smog de las chimeneas ya apagadas del pasado invierno.
                               El almuerzo en mi casa de campo seguía con la misma temática, compartir un plato de cazuela sentados alrededor de la mesa con
                             mis tatas y de fondo el ruido de una vieja radio que debe llevar al menos unos 15 años en la familia. Guardábamos silencio mientras
                             comíamos, hasta que mi voz lo quebraba para expresar el disgusto provocado por las noticias nuevas. Recuerdo que el día en que supe
                             que el TPP11 tenía el consentimiento de casi toda la Cámara de Diputados, se me cayeron lágrimas de impotencia, sintiendo que no
                             solo nos robaban derechos como seres humanos, sino que también se estaban haciendo dueños de la naturaleza.
                               Mi abuelo Carlos siempre me daba la razón en estos debates, me entregaba más información de la que tenía, me enseñaba y empa-
                             tizaba con mi descontento. Si bien dicen que en la mesa “no se habla de política”, la radio vieja que optan por tener encendida en
                             mi casa no permitía que mi voz se callara en los almuerzos y más que política se hablaba de cómo nos estaban limitando la vida, no
                             estábamos defendiendo partidos políticos, en nuestro debate defendíamos nuestros derechos. No se hablaba de política, se hablaba
                             del futuro de nosotros y nuestro país.
                               En el almuerzo del 15 de octubre la radio vieja nos informó que en una estación de Metro de la capital cientos de estudiantes
                             comenzaron una feroz protesta por la reciente alza de la tarifa del pasaje. Un recorrido que cuesta casi 900 pesos para ir a una univer-
                             sidad donde literalmente (lo viví) hay que elegir entre almorzar o sacar fotocopias. A medida que avanzaban las horas las protestas
                             aumentaron en intensidad y se masificaron, miles de chilenos animándose a alzar la voz, no por el pasaje, no por los treinta pesos,
                             esa fue la gota que rebalsó el vaso y la enérgica decisión de los estudiantes sería el pie que daría inicio a una potente lucha social.
                               El gobierno actuó con represión. Fuerzas Armadas y Carabineros salieron en las calles al momento de declararse un estado de
                             emergencia y posteriormente toque de queda en varias regiones del país.
                               Esa noche temí. Temí por mi pueblo, mi familia, mis amigos, temí por mi país. Redes sociales estallando en noticias, videos mons-
                             truosos de carabineros hiriendo gravemente a los manifestantes. Me embriagó la impotencia. Me llené de tristeza al ver cómo ocurría
                             ante mis ojos un hecho bastante similar al comienzo de la dictadura en los años 70, que mis abuelos me relataban en primera persona.
                             Lloré, lloré durante veinte minutos, en el pecho de mi tata Carlos, como una niña preguntándome qué pasaría, no quería ver a nadie
                             morir. La tensión se sentía en el aire, la incertidumbre, la impotencia que sentía al ver al gobierno actuar con tanta falta de empatía,
                             represión, violencia y un profundo desinterés por su país, con respuestas cargadas de burlas.
                               Esto tenía que pasar. El pueblo chileno alzando su voz, cansado del descontento que aumentaba día a día al perder más y más
                             derechos. Cacerolas, carteles, pitos, trompetas, cánticos en masa pidiendo a gritos una solución. Pidiendo a gritos el cambio, la revo-
                             lución, pidiendo, con el alma, justicia y consideración por el ser humano.
                               La protesta continuó los días posteriores, se sumaban heridos, jóvenes detenidos injustamente y más videos de las fuerzas arma-
                             das, mostrando su peor cara luego de que el presidente declarará frente a los medios de comunicación que el país estaba en guerra.
                             El caos se apoderó de Chile.
                               Estuve tensa, mis emociones se dispararon con la misma potencia que los perdigones dirigidos por las fuerzas armadas, esas que
                             juraron proteger al pueblo que hoy apuntaban.
                               Luego de días en que los edificios quedaron destrozados por los manifestantes y los mismos carabineros. Días en que aumentaron
                             los muertos, heridos, los abusados, tanto mujeres como hombres, niños y ancianos. El resto seguía igual: la educación, costosa y de
                             débil calidad, al igual que la salud pública donde enfermos de cáncer mueren esperando una operación. Una salud que no cubre las
                             necesidades de un país enfermo, listas de espera infinitas y falta de insumos, unidades de salud mental deficientes, pese a que Chile
                             es un país con un elevado índice en enfermedades psiquiátricas, depresiones y suicidios.
                               Suicidios de ancianos que trabajaron toda su vida para tener una pensión digna, recibiendo en la actualidad una pequeña cifra
                             correspondiente al monto que queda disponible después de descontar la enorme cantidad de dinero que las administradoras de
                             fondos de pensiones (AFP) se meten al bolsillo. Empresarios ambiciosos, cegados por el capitalismo, cargados de egoísmo y falta
                             de valores humanos.
                               El presidente seguía callado hasta que levantó el estado de emergencia y alzó la nueva promesa para el futuro digno del país.
                             “Una nueva agenda social”, repitiendo sus frases de tiempos mejores, de dignidad para el pueblo, llenándose la boca de supuestas
                             mejorías y aumentos en las pensiones. Aumentos carentes de esa dignidad profesada. Un par de pesos más, nada que valiera tanto
                             como el costo de una vida en Chile.
                               El gobierno se ha lavado las manos con palabras vacías, llevando a cabo la doctrina del shock, aterrorizando a la gente, menos a
                             los que protagonizan la protesta más grande del nuevo milenio en Chile. Los jóvenes, esos que no han tenido miedo, esos que han
                             querido vengar a sus abuelos que vivieron la dictadura, luchando por un futuro y presente digno para esos que llaman  “clase baja”
                             y “clase media”.
                               Asistí a una manifestación, hermosa y dolorosa a la vez, escuchar las voces y sentir la vibración de mi ciudad me lleno de espe-
                             ranza, tantas almas unidas por la justicia proyectarán su petición al cielo y mi país saldrá adelante. No conocía las lacrimógenas, no
                             pensé que sería tan pronto. Corrí con toda mi adrenalina y grité viva Chile. Ya van tres semanas desde que comenzó la revolución de
                             la primavera. Aún no hay asamblea constituyente, aún no hay democracia, el pueblo no ha sido escuchado de verdad y aún no sale
                             de las calles. No saldrá, no saldremos, hasta que los asesinos sean juzgados, los ladrones derrocados y la Constitución chilena sea
                             construida nuevamente, velando por el derecho de vivir en paz.
























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