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                                        La historia inexplicable de mi papá

                                          Esta  es una historia real contada por mi papá, ocurrida en el sector Bureo Bajo, Coihueco, el 8 de diciembre del
                                        año 2005, cuando él tenía 19 años de edad.
                                          Un día 8 de diciembre del 2005 un amigo llamó a mi papá para ir a un velorio. Mi papá aceptó con la condición que
                                        ambos se vinieran temprano a casa, ya que el día siguiente  tenían que levantarse de madrugada para ir a trabajar. El ami-
                                        go tenía una moto y se embarcaron en ella. Llegaron al velorio. Su amigo, estuvo solo un rato y se fue con su polola que
                                        lo esperaba. En verdad, la ida al velorio había sido sólo una excusa para juntarse con ella. Entonces mi papá siguió en el
                                        velorio. Pasaron las horas y su amigo no llegaba. Cuando ya eran las 2.40 de la mañana, decidió llamarlo al celular. Pero
                                        su amigo no contestó y apagó su teléfono. Entonces como valiente que es mi papá, decidió irse solo de vuelta a casa. La
                                        caminata era de apenas unos 3 kilómetros, con bosque por ambos lados y potreros.
                                          Caminó unos 400 metros más o menos, llegando donde el bosque era más alto, denso y muy oscuro. Y lo era al punto
                                        que ni siquiera se veían sus manos. Entonces, de golpe, comenzó a sentir un miedo que incluso hacía que los pelos de su
                                        cabeza se le erizaran, levantándole hasta el gorro que llevaba puesto.
                                          “Por qué voy a tener miedo si tantas veces he pasado por aquí”, se dijo y siguió  caminando. De repente oyó unos ruidos
                                        extraños: eran como risas de niños jugando, las que venían de la orilla del camino donde había mucha zarza.
                                          Se detuvo unos segundos para escuchar y siguió caminando, aún más ligero. Sentía que el corazón se le iba a salir.
                                        Ahora ya no eran la risas de niños; sino que se trataba de una risa maligna que le hacía temblar completamente. Cami-
                     Emili Ivette Cádiz   nando, sacó el teléfono para intentar llamar a alguien, pero el miedo era tan fuerte que no pudo. Ni siquiera apretar una
                        Bahamondez,     tecla pudo. Y pensó nuevamente, “si sigo caminando, lo que quiera que sea esto, de seguro me va agarrar”. Pero ya que
                     Escuela Municipal   no quedaba mucho, y caminó más ligero aún para llegar a mi casa.
                   “Héroes de Iquique”,   Entonces se devolvió, posiblemente por estimar que le quedaba más corto llegar al velorio. En eso que se devolvía,
                   Sector Bustamante,   sintió algo que lo tomó de los codos y lo levantó. Él  sentía que flotaba y lo único que se le vino a la mente y atinó a decir
                          Comuna de     fue !Dios mío, ayúdame!
                            Coihueco.     Luego, sintió un sonido como de un pito que le llegó a los oídos y no recordó más. Solo vuelve en sí hasta que estaba
                          Seudónimo:    casi por llegar del lugar del velorio. Entonces, lo primero que hizo fue revisarse, ya que tuvo la sensación que se había
                          Ivette Cádiz  “hecho de todo” en los pantalones. Pronto con alivio comprobó que no tenía nada; solo era a causa de una  horrible sen-
                                        sación de miedo. Entró nuevamente al velorio y se fue a la orilla del fuego  donde había muchos conocidos. Uno de ellos
                                        le preguntó “Y tú, no te habías ido? ¿Por qué volviste?”
                                          Él no pudo responder. Sentía su cuerpo helado y ni siquiera pudo mover la boca para responder. En eso, uno de ellos
                                        le ofreció un vaso de bebida y él estiro la mano y lo recibió tomándoselo casi al seco.
                                          Ya que se relajó un poco les dijo a los que estaban allí: “Me devolví porque en la pasada del bosque oscuro me salió algo
                                        que no vi, pero pienso que fue el Diablo”. Los hombres que allí se encontraban se pusieron pálidos de miedo y le respon-
                                        dieron “Pero qué hiciste tanto rato, si ya son las 6 de la mañana”. El muchacho no supo que responder, ya que en verdad
                                        para llegar donde estaban sus conocidos solo debía haber empleado unos 20 minutos de camino.
                                          Hasta el día de hoy todavía se pregunta qué le sucedió. Y hasta el día de hoy, muchas personas cuentan sucesos que le
                                        han ocurrido en el mismo lugar que le ocurrió a mi papá.



        Relatos de mi abuela                                           Julio Yankel Rojas
                                                                       Valenzuela
          Transcurría el año 1985 y mi abuela recién casada con mi abuelo, celebraron su matri-  Nacido el 25 de
        monio con una gran fiesta en el campo, que en aquellos años se hacía con cantoras y mucho   febrero del 2006.
        baile; incluso estuvieron así durante varios días. Mi abuela me contó que los regalos que   Vive en el sector El
        recibió fueron diversos: cerdos, vaquillas, gallinas, patos entre otros. Luego de contarme   Porvenir de Cato
        estos detalles, me comentó que tuvieron que irse a su humilde casita en las parcelas 38   y estudia en la
        Collico, donde tenían un pedacito de tierra.                   escuela del mismo
          La casa era de tablas brutas, con sacos en sus ventanas, lugar por el cual el viento entra-  nombre, en Tres
        ba día y noche, también lo hacía por los agujeros que tenía; en ese tiempo tampoco con-  Esquinas, Comuna
        taban con luz eléctrica, y su método de iluminación era las chonchonas. Mi abuela relata   de Coihueco.
        que para fabricarlas debía utilizar un pedazo de pantalón de mezclilla viejo, trenzarlo y
        humedecerlo en petróleo. Luego, con un tarro de café vacío le hacía un agujero en la parte
        superior, donde ponía el género de pantalón y finalmente lo prendía; dice ella que alum-
        braba mucho más que una vela.
          Mi abuela cuenta que para cocinar lo hacía en el piso de tierra mojado, que ella mis-
        ma rociaba con un balde viejo, sacando agua del canal. Ponía su única olla tiznada en su
        parrilla de fierros oxidada, donde los caldos de papas y cebolla eran riquísimos y con eso
        se alimentaban la mayor cantidad del tiempo.
          También dice que se asustaba mucho cuando veía unas arañas coloradas grandes que
        emergían de la tierra del mismo color. Ella las tomaba y las lanzaba al fuego, de puro miedo
        que sentía. En ese momento la interrumpe mi abuelo y me comenta que no eran arañas
        sino camarones y que se podían comer.
          Esto es solo un poco de lo que mi abuela me comentó esa tarde en su casa, una de tantas
        historias que vivió junto a mi tata en esos difíciles años de pobreza.



                                                                                             Los recuerdos poderosos no vienen anuncia-
                                                                                             dos con trompetas: solo en retrospectiva se
                                                                                             les descubre. Amén que los hechos impor-
                                                                                             tantes son muy pudorosos. Pero el parto de
                                                                                             la escritura les da eterna existencia”
                                                                                                  ONTOESCRITURA, Ziley Mora y Birgit
                                                                                                                            Tuerksch

                                                                       15
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