El Centro Nacional de Bioinsumos (CenBi), emplazado en INIA Quilamapu, en Chillán, tiene como objetivo principal coordinar el desarrollo tecnológico en insumos nacionales de origen microbiológico, con el fin de enfrentar plagas y enfermedades agrícolas, así como el estrés de los cultivos frente al cambio climático, con una menor huella en el uso de agroquímicos.
Con la reciente creación del Centro, se espera reducir el tiempo de traspaso de las tecnologías INIA hacia el mundo productivo local e internacional, que ha enfrentado una fuerte alza en los precios de los fertilizantes, a consecuencia del incremento de la demanda mundial, la crisis logística producida por la emergencia sanitaria del Covid-19 y el conflicto armado Rusia-Ucrania, factores que podrían desencadenar en una crisis alimentaria de mantenerse a futuro.
Ciertamente, hay una necesidad estratégica que empuja esta decisión, de hecho, la creación del CenBi es una de las diez medidas incluidas en la Estrategia Nacional de Soberanía para la Seguridad Alimentaria que relanzó en mayo el Ministerio de Agricultura, que apunta a enfrentar la creciente demanda por alimentos en un contexto de incertidumbre y volatilidad de los precios. Pero también hay una apuesta de futuro por la sustentabilidad ambiental y económica de la actividad agrícola, de cara a la utilización de bioinsumos no solo en el manejo agroecológico, orgánico o regenerativo, sino que, en toda la agricultura, una tendencia que cobra cada vez más fuerza y que arrastrará rápidamente a Chile, en virtud de su alta exposición a mercados desarrollados.
En cuanto a la demanda de productos biológicos en Chile, como biofungicidas y bioinsecticidas, se estimó que en 2021 generó unos US$ 4,5 y US$ 4,9 millones anuales, respectivamente, y se espera que aumenten a US$ 11,2 y US$ 12,1 millones para 2025, según proyecciones de la consultora New Genesis. Estas alzas estarían impulsadas por la demanda de los consumidores por alimentos orgánicos con menos pesticidas, y por la aprobación de biocontroladores por parte de las autoridades competentes.
En ese contexto, la región de Ñuble está llamada a convertirse en el principal polo de desarrollo de bioinsumos del país, puesto que goza de ventajas que pocas regiones podrían igualar, como una masa crítica de capital humano especializado en el rubro de bioinsumos; la presencia de centros de investigación y de enseñanza en ciencias agronómicas que son generadores de conocimiento y formadoras de capital humano, y que han desarrollado productos biológicos para el agro; la existencia de un grupo de pequeñas y medianas empresas de base tecnológica, que han creado, patentado y comercializado soluciones de este tipo; y la innegable vocación agrícola de la región de Ñuble, que tiene la particularidad de ser la cuna de los cultivos orgánicos y contar con muchos pequeños productores que siguen cultivando la tierra de manera natural.
Desde la perspectiva del impacto económico que tendría en la zona el desarrollo de un clúster o de un polo de bioinsumos, una industria verde que genera empleos de buena calidad y cuyas proyecciones de crecimiento muestran un alza sostenida, siempre será bienvenida aquella inversión pública que contribuya a acelerar el desarrollo de un polo de estas características.